No podemos permitir que un pasado familiar disfuncional y traumático afecte a nuestro presente y nuestro futuro. Debemos ser capaces de superarlo y sanarnos para ser felices
Las heridas generadas en el círculo familiar ocasionan traumas, carencias profundas y vacíos que no siempre logramos reparar.
El impacto por el padre ausente, por la madre tóxica, el lenguaje agresivo, los gritos o esa crianza falta de seguridad y afecto traen algo más que la clásica falta de autoestima o esos miedos que tanto nos cuesta superar.
Muchas veces, la dificultad para resolver muchos de esos impactos íntimos y privados se halla en un cerebro tempranamente herido.
No podemos olvidar que el estrés experimentado a lo largo del tiempo y a edades tempranas provoca que la arquitectura de nuestro cerebro cambie, que estructuras asociadas a las emociones se vean alteradas.
Todo ello trae como consecuencia una mayor vulnerabilidad, una indefensión más profunda que conlleva un riesgo mayor a la hora de sufrir determinados trastornos emocionales.
La familia es nuestro primer contacto con el mundo social, y si ese contexto no nutre nuestras necesidades esenciales, el impacto puede ser constante a lo largo de nuestro ciclo vital.
Veamos a continuación con detalle por qué es tan difícil superar todas esas heridas sufridas en la época más temprana de nuestra vida.
La cultura nos dice que la familia es un pilar incondicional (aunque, a veces, se equivoca)
El último escenario donde uno piensa que va a ser herido, traicionado, decepcionado o incluso abandonado es, sin duda, en el seno de nuestra familia.
Sin embargo, ocurre con más frecuencia de la que pensamos.
Esas figuras de referencia que tienen como obligación darnos lo mejor, ofrecernos confianza, aliento, positividad, amor y seguridad, a veces nos fallan voluntaria o involuntariamente.
Para un niño, un adolescente o incluso para un adulto, experimentar esa traición o esa decepción en el seno familiar supone desarrollar un trauma para el cual nunca se está preparado.
La traición o la carencia generada en el seno de una familia es más dolorosa que la simple traición de un amigo o un compañero de trabajo. Es un atentado contra nuestra propia identidad y nuestras raíces.
La herida en una familia se hereda entre generaciones
Una familia es algo más que una árbol genealógico, que un mismo código genético, que unos mismos apellidos.
Las familias comparten historias y legados emocionales. Muchas veces, esos pasados traumáticos se heredan de generación en generación de muy diversas formas.
Desde la epigenética nos recuerdan, por ejemplo, que todo lo que acontece en nuestro ambiente más cercano deja su impacto en nuestros genes.
De ahí, que factores como el miedo, el estrés intenso o los traumas se hereden muchas veces de padres a hijos.
Ello hace que, en ocasiones, seamos más o menos tendentes a sufrir depresiones o que reaccionemos con mejores o peores herramientas ante situaciones adversas.
Aunque establezcamos distancia de nuestro círculo familiar, las heridas siguen presentes
En un momento dado, lo hacemos; decimos basta y nos atrevemos a cortar con ese vínculo dañino para establecer una necesaria distancia de esa familia disfuncional y traumática.
Ahora bien, el simple hecho de decidirnos a decir adiós a quien nos hizo daño no trae por sí mismo la sanación a la herida. Es un principio, pero no la solución definitiva.
No es nada fácil dejar atrás una historia y unas dinámicas, unos recuerdos y unos vacíos.
Muchas de esas dimensiones quedan ancladas a nuestra personalidad e incluso en el modo de relacionarnos con los demás.
Las personas con un pasado traumático suelen ser más desconfiadas, les cuesta mucho asentar relaciones sólidas.
Quien ha sido herido necesita, además, sentirse reafirmado; ansía que los demás llenen esas carencias, de ahí que muchas veces se sientan frustrados porque pocas personas llegan a ofrecerles todo lo que necesitan.
Lo recomendable en estos casos es sanarnos primero como persona antes de buscar en los demás lo que necesitamos.
Podemos llegar a cuestionarnos a nosotros mismos
Esto es quizá lo más complejo y lo más triste.
La persona que ha pasado gran parte de su ciclo vital más temprano en un hogar disfuncional o en el seno de una familia con estilo de crianza negativo, puede llegar a verse a sí mismo como alguien que no merece ser amado.
La educación recibida y el estilo de paternidad o de maternidad en el que hemos sido criados erige las raíces de nuestra personalidad y nuestra autoestima.
El impacto negativo de estas huellas es muy intenso; de ahí que muchas veces uno mismo tenga dudas sobre la propia eficacia, su valía como persona o incluso si es digno o no de cumplir sus sueños.
Nuestro círculo familiar puede darnos alas o puede arrancárnoslas. Es algo triste y devastador.
Sin embargo, hay algo que nunca podemos olvidar: nadie puede elegir quiénes van a ser sus padres, quienes sus familiares, pero siempre llegará un momento en que tengamos ya la capacidad y la obligación de elegir cómo va a ser nuestra vida.
Elegir ser fuertes, ser felices, libres y maduros emocionalmente es algo esencial, de ahí la necesidad de superar y sanar nuestro pasado.
Fuente: mejorconsalud
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