Los niños varones pelean entre sí con gusto, compitiendo por juguetes y tratando de vencer al otro.
Juegan así con una frecuencia 6 veces mayor en comparación con las niñas.
Los niños descubren su lugar en el mundo forzando los límites físicos de su organismo, no solo luchando sino también (por ejemplo) compitiendo por quién eructa más fuerte y más largo y así alardear de ello.
Todos los días surge una serie de competencias físicas extremas. ¿Qué tan rápido puedes correr? ¿Qué tan alto puedes subir? ¿Qué tan lejos puedes saltar?
El éxito o fracaso de un niño varón en los deportes u otras competencias puede elevar o bajar su autoestima.
Cuando son jóvenes, los niños varones imitan a sus padres, tíos y primos mayores, y se muestran intrigados particularmente por aquellos que sobresalen como los machos alfa.
Si vas a un zoológico y observas a los monos, verás al macho más poderoso sentado solitario masticando pasto y las crías corriendo alrededor de él y atacándolo por detrás.
Los pequeños monos suelen jugar a situaciones que les será necesario enfrentar en el futuro.
Cuando el macho alfa se harta, espantará a dichos monos jóvenes.
Impávidos, ellos seguirán luchando entre sí, literalmente revolcándose por el piso.
Este juego agitado y brusco se observa también en grupos de niños humanos en todo el mundo.
Cuando ingresan a primer grado, su cerebro se activa más cuando muestran su resistencia y agresión.
Emplear la fuerza física junto con insultos resulta incluso mejor según ellos.
La investigadora de conductas infantiles, Eleanor Maccoby señala: “Esos niños sólo están tratando de divertirse a su manera”.
Esa forma de juego proporciona a sus cerebros una recompensa masiva que los hace sentir bien en la forma de un incremento de neurotransmisores de dopamina.
Este neuroquímico, dopamina, ejerce una función de recompensa o refuerzo adictivo (al cerebro le gusta y quiere más), por eso es que los niños siempre están buscando lo emocionante del siguiente reto.
Por eso les gusta las películas de terror, las casas embrujadas y retarse a correr riesgos.
Los niños no necesariamente quieren resultar lastimados, peo generalmente piensan que la emoción lo vale.
Las madres se alegran cuando al terminar el día no han tenido que ponerles hielo o vendas en alguna parte del cuerpo de sus hijos.
En la escuela, los estilos de juego de los niños y las niñas en grupo se diferencian, y son los mismos niños y niñas los que se auto-imponen la segregación por sexos.
En estudios de observación se halló que, a nivel mundial, los niños en los patios de juego luchan, arman trifulcas y fingen pelear frecuentemente; mientras que las niñas no.
Además de sus estilos de juego diferentes, a los niños y a las niñas también les disgusta jugar juntos porque, como lo demuestran las investigaciones, para cuando los niños varones están en primer grado, ya no les prestan mucha atención a las niñas ni escuchan lo que ellas dicen.
En un estudio de niños varones en un salón de primer grado en Oregón, se halló que los niños varones prestaban más atención primero y principalmente a lo que otros niños varones decían.
Los profesores ocupaban el segundo lugar y las niñas ocupaban un distante tercer puesto, si es que las consideraban de alguna manera.
A decir verdad, ignorar a las niñas suele ser lo más común.
Los investigadores en un estudio, realizado en un patio de juegos de kindergarten irlandés, observaron que los niños varones monopolizaban los triciclos y bicicletas y jugaban a los choques, mientras que las niñas tenían el cuidado de no chocar con los triciclos de los demás niños ni con ninguna otra cosa.
Los niños varones incluso se volvían territoriales y posesivos de sus triciclos, mostrando una disposición a luchar por sus objetos a diferencia de las niñas.
[continuará...]
Resumen de las investigaciones de Louann Brizendine, M.D.
http://www.psicologosperu.com/
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