Autor: Carlos Devis
Yo creo que tengo mucha autoridad para escribir esta reflexión, porque yo mismo he sido una
persona difícil, aunque sólo después de muchos años me di cuenta de ello.
Yo pensaba que los demás eran los difíciles, y sólo cuando entendí esto que voy a compartir mejoré sustancialmente mis relaciones y aprendí a disfrutarlas mucho más.
Alguna vez, mientras me quejaba acerca de alguien cercano a mi vida con un amiga, de quien he aprendido mucho, ella me preguntó qué tanto yo actuaba de la misma manera que le estaba criticando a mi pariente, me quedé pensando y me di cuenta que yo hacía exactamente lo mismo o peor de lo que le criticaba a mi cercano.
- ¿Ves?, me dijo esta persona, todo lo que te molesta de alguien es algo que tú haces o has hecho contigo o con otros y que tú no quieres reconocer.
Si juzgo a alguien como intolerante, quizás estoy siendo intolerante al juzgar esa persona, o si me molesto porque pienso que alguien es agresivo, puedo estar siendo agresivo en mi juicio;
es más fácil verlo en el otro que aceptarlo en mí.
Cuando en el tráfico o en una fila me irrito porque la persona de adelante no hace tan rápido lo que espero que haga y la llamo en mi mente insensible o desconsiderada, yo estoy siendo desconsiderado o insensible en mi juicio con esa persona.
Si me equivoco y me llamo estúpido o idiota en mi mente, estoy siendo intolerante conmigo y después puede ser más fácil tachar a otros de intolerantes o agresivos sin reconocer lo que con frecuencia hago conmigo.
Me he encontrado acusando a mis hijos, a mis padres, mi pareja o amigos de que no me escuchan, y lo he dicho con rabia, así a veces sólo sea en mi mente, y repito mil veces lo que quiero yo decir, reprochándoles que no me entienden a mí o mis necesidades, cuando escuchar es abrirse a lo que el otro quiere comunicar, a lo que necesita; luego he sido yo quien he opacado con mis lamentos las voces de quienes me rodean para después quejarme de que no me escuchan.
Un día conversé con una señora de 70 años, inteligente y muy vivaz, quien me contó cómo su mamá la había invalidado y maltratado cuando ella era niña y recordaba como si fuera hoy, decía ella, las palabras y los detalles de las agresiones ocurridas 60 años atrás;
Aunque su mamá había muerto hacía 30 años, esta señora continuaba repitiéndose esas escenas dentro de sí, con rabia y detalles, como si se asegurara de revivir en su presente el dolor de su pasado.
Ella estaba siendo menos compasiva y más cruel con ella misma de lo que le reprochaba a su mamá.
¡Yo he hecho lo mismo! Quizás, al repetirme una y otra vez la escena, quiero castigar al otro o repasar alternativas de lo que hubiera podido ser, pero de cualquier manera, al hacer eso con mis pensamientos y sentimientos me causo más dolor de lo que el otro, con sus palabras o su acción, me generó, y pierdo en ese instante la posibilidad de cuidarme más desde mis pensamientos.
He aprendido a tratarme desde mis pensamientos y emociones como quiero que me traten los demás.
¡Qué bien que me hace el tratarme con más gentileza! No me refiero a no tener juicios de valor, yo puedo opinar que no comparto algo que otra persona hizo o pensar que yo lo haría diferente, lo que hace difícil y dolorosa mi relación es cuando me apego a ese pasado y esos juicios cargados con emociones negativas y por más razones lógicas que me dé, yo estoy creando con esos pensamientos dolor y sombras en mí y en quienes me rodean.
Yo siempre recibo lo que les estoy dando a los demás: si yo siento rabia, desconfianza, o calidez, compresión y gentileza con el otro, yo siento primero y más intensamente esas emociones. Si veo a alguien como un monstruo, soy yo quien está creando y sufriendo el monstruo en mi mente, lo estoy manteniendo vivo en mis pensamientos.
En últimas, las personas en realidad no nos relacionamos con los demás, sino con la idea o el juicio que en nuestra mente tenemos de esas personas.
Si me acerco a alguien pensando que esa persona es agresiva o chismosa o egoísta, estaré prevenido y será con esa parte de la persona que me relacione más veces de las que quiero contar.
He descubierto seres maravillosos que durante años estuvieron a mi lado y que no me permití disfrutar sino hasta muy tarde, porque hice más importantes mis juicios y mis prevenciones que permitirme encontrar, valorar y disfrutar los tesoros que la vida a través de ellos había puesto para mí.
Entonces yo me he propuesto que cada persona que tengo a mi lado es mi maestro y está ahí para ayudarme a ser más libre y feliz, no para hacerme feliz, ser feliz es sólo mi responsabilidad.
Una persona difícil, una persona que me hace daño o hace daño, está haciendo un buen trabajo para mí: me ayuda a reflejarme, a verme en ella, me lleva quizás a buscar cómo superar ese dolor que me genera el engancharme con ella en esa emoción, y como sé que no puedo cambiar a nadie y esa relación me genera dolor, para salir de ese dolor busco otro nivel de paz más profundo dentro de mí, para que la próxima vez, cuando aparezcan personas o situaciones como ésa, ya habré aprendido a sobrepasarla y entre más cercanos y profundos sean los dolores que supere, mayor será mi libertad y mi paz interior.
Qué libertad y qué paz cuando entendí que mi padre alcohólico, abusivo e irresponsable, no vino a mi vida para hacerme sufrir, sino para mostrarme cómo con su sufrimiento yo podría aprender a evitar el mío.
La rabia o las acciones de él que me dolieron me conectaron con mi propio dolor, pero entendí que aquel dolor que yo sentía por instantes él lo vivió aún más profundamente toda su vida y murió solo y sin salir de ello.
Sé que quienes me juzgan o me critican están diciéndome algo que yo me digo a mí mismo o que hago, así a veces lo hagan de una forma ruda esos maestros me están ayudando a encontrar el siguiente muro hacia mi paz, que debo superar.
Qué bueno es recordar cuando yo he sido ese ser oscuro y difícil que tan fácil juzgo en otros.
Con frecuencia recuerdo que como he cometido errores porque en ese momento de mi vida no sabía cómo actuar mejor de lo hice en ese instante, esto me ayuda a tener más compasión conmigo y con los demás. No se trata de no cuidarme o de salvar a nadie o de sacarlo de donde está, porque ése es su propio trabajo y cada quien lo hará en su propio momento, el mío es conectarme con lo mejor de mí, no para enseñarle a nadie o ser mejor, porque eso es arrogancia, pero para enfocarme en ver, en encontrar y disfrutar la parte maravillosa de cada persona, para ver el cielo a través de la tormenta, y si lo hago con ella lo estaré haciendo primero conmigo.
Siempre recuerdo en mi vida cómo las personas más duras, agresivas o perversas me han ayudado tarde o temprano a ser alguien más libre y más feliz y con esa experiencia he ayudado a otros a ser más libres y más felices.
Hoy le doy gracias a todos esos maestros que me han ayudado a encontrar y a disfrutar lo mejor de mí.