¿Para qué hacer terapia si tengo amigos que me escuchen?
Esa es una pregunta que ya escuché muchas veces, y está basada en la creencia errónea de que hacer terapia es muy parecido a desahogarse ante un amigo comprensivo que te escuche. Y si hacer terapia es sinónimo de catarsis, ¿para qué pagarle a un profesional por algo que puedo tener de gratis?
En realidad, la cita con un terapeuta cumple una función muy diferente a la del simple desahogo.
Los amigos que tenemos son la red de sustento que alivia nuestra caídas. Son aquellas personas especiales que elegimos para que formen parte de nuestras vidas, y en cuyas vidas elegimos participar. Son aquellos a quienes pedimos y damos consejos cuando estamos en una disyuntiva, a quienes ponemos y pedimos el hombro para llorar las penas. Tales experiencias son valiosas porque hacen que nuestras historias sean validadas: cuando alguien me escucha y entiende me siento un humano y no, por caso, un extraterrestre.
El sicoterapeuta, obviamente, también nos valida y nos saca del desamparo, pero sólo durante un corto período de tiempo. Eso se debe a que el principal motivo de la terapia no es reclamar ni desahogarnos por lo que la vida ingrata nos ha hecho, sino más bien entender en qué convertimos nuestra vida a partir de las circunstancias que nos tocaron en suerte. En otras palabras, para comprender cuándo y para qué aprendemos, creamos y repetimos ciertos patrones de comportamiento, y también para desarrollar formas alternativas de lidiar con los viejos problemas.
Las preguntas clásicas, que todos nos hemos hecho alguna vez, a continuación. ¿Por qué siempre elijo a la pareja errada? ¿Por qué no logro decir que no? ¿Por qué necesito siempre agradar a los demás? ¿Por qué esa necesidad mía de controlarlo todo? ¿Por qué no me estabilizo en un solo empleo? ¿Qué me lleva a rebelarme siempre contra la autoridad? ¿Por qué estoy tan enojado y llego a ser iracundo? ¿Por qué, más temprano que tarde, termino siempre como víctima de las circunstancias?
El objetivo de la sicoterapia, en suma, es hacer que nos hagamos cargo de nuestra vida, responsabilizándonos por nuestras elecciones, nuestras actitudes y comportamientos. Hombro y abrazos son necesarios para los momentos de dolor, pero el verdadero cambio vendrá cuando abracemos nuestra propia causa; y cuando encontremos formas nuevas y más adecuadas de enfrentar los desafíos que la vida nos impone.
Para esa jornada de autoconocimiento y reforma íntima necesitamos de una ayuda profesional, de alguien que conozca métodos y técnicas que nos guíen hasta encontrar el camino para ese objetivo. Alguien que nos ayude a responder preguntas como las de la lista previa y nos ayude a crear una nueva versión de nosotros mismos.
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