Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y
vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su
comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa,
porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata
vale lo que el barro. La quise más que a la salud y la belleza, y me propuse
tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus
manos había riquezas incontables; de todas gocé, porque la sabiduría las trae,
aunque yo no sabía que ella las engendra a todas. Aprendí sin malicia, reparto
sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los
hombres; los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su
enseñanza los recomienda.
Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como
corresponde a ese don, pues él es el mentor de la sabiduría y quien marca el
camino a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y
toda la prudencia y el talento.
En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente,
santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido,
invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme,
seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus
inteligentes, puros, sutilísimos.
La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y,
en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del
poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso nada
inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad
de Dios e imagen de su bondad.
Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada,
renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va
haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la
sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a
la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la
sabiduría no la puede el mal.
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