Mariela Golberg (Uruguay)
Como formadores de psicoterapeutas, nos encontramos frecuentemente desafiados al tener que definir aquellos comportamientos relacionados con la propia persona que se requieren para actuar con eficacia en psicoterapia.
La formación en los modelos teóricos, es una instancia que está bien desarrollada y afianzada. En realidad la literatura abunda en materiales de estudio con abundante apoyo experimental y clínico y ejemplos muy gráficos que ayudan a los noveles psicoterapeutas a comprender el complejo mundo que se abre al pensar los problemas humanos a través de los modelos de aprendizaje.
Pero al momento de formar psicoterapeutas, la corriente cognitivo-conductual ha tenido durante años un gran vacío al no incluír la variable persona como objeto de estudio. Este problema deriva seguramente de la fragilidad que tiene, para una ciencia fáctica, el estudio “objetivo” de quien en realidad es finalmente el propio objeto de estudio: la persona del terapeuta.
La creencia errónea – generalizada- en terapia cognitivo-conductual, referida a que es una modalidad ” fría”,”distante” “poco empática”,y “mecánica” de relacionamiento con los pacientes, ha creado la falsa idea de que aprendiendo las “técnicas” psicoterapéuticas era más que suficiente para el trabajo clínico: nada más lejos de la realidad.
La Psicoterapia Cognitivo-conductual, requiere para alcanzar los objetivos planteados, una fuerte alianza terapéutica y empatía por parte del psicoterapeuta.
Esto se debe a que es sumamente importante la implicancia del paciente en el proceso de cambio. El psicoterapeuta cognitivo-conductual trabaja en forma mancomunada con el paciente. El mismo debe realizar las tareas asignadas y practicar fuera del consultorio las competencias o habilidades definidas para el tipo de tratamiento elegido en cada caso.
Los estudios realizados por autores como Lafferty,Beutler y Crago,(1989) demuestran que capacidades como la empatía diferencian significativamente entre terapeutas más o menos eficaces. Estudios como los de Horvth y Symonds,(1991) y Horvth y Luborsky,(1993) demuestran que factores tales como la calidad de la alianza terapéutica está significativamente asociada con los resultados del tratamiento.
Pero la pregunta que nos queda entonces es: ¿es esta una habilidad innata o adquirida?
Si bien es cierto que algunas personas naturalmente tienen la disposición a empatizar con las demás personas fácilmente, es posible aprenderlas. Estas habilidades pueden perfectamente ser descritas y por tanto pasibles de ser entrenadas.
Este trabajo se centra en estos componentes proponiéndose como desafío describirlos para ayudar a los estudiantes a aprenderlos y mejorar su capacidad de autoobservación, sus competencias básicas, así como obtener mejores resultados en las intervenciones clínicas.
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