La mayoría de las sentencias de divorcio que se emiten en el siglo XXI llevan escrita esta frase: “Causa: diferencias irreconciliables”. Verdad que los humanos hemos inventado una respuesta para todo, ¿no es cierto?
Mi esposo y yo tenemos 17 años de casados. Si te escribo aquí que han sido 17 años de ensueño, donde nunca hemos tenido un “sí y un no”, me llevaría un premio a la mentira del año. Y de paso te digo que si escuchar eso de labios de otras personas te hace sentir mal o inferior en tu matrimonio, ¡libérate! No existen matrimonios sin diferencias. ¿Por qué? Porque un matrimonio se compone de dos personas completamente diferentes, y por tanto, es ilusorio pensar que siempre estarán de acuerdo en todo.
El comienzo de nuestro matrimonio se parecía también al título de una película, “Durmiendo con el enemigo”. Cada vez que surgía una diferencia, por la más mínima cosa, yo veía a mi esposo como si fuera mi peor enemigo, me atrincheraba en mi propia opinión y me alistaba para la batalla.
¿Cuál era el mayor error en ese caso? No darme cuenta de que él no era mi enemigo, todo lo contrario. Era alguien que me amaba mucho pero que no es un clon de mi persona y por lo tanto, piensa diferente.
Tomó mucho tiempo aprender a “reconciliar” las diferencias porque nuestra naturaleza humana es testaruda y orgullosa, y se resiste a los cambios, a ceder, a analizar antes de juzgar.
Las diferencias tenemos que verlas mejor como un acorde musical. Si tocas las notas sueltas nunca lograrás el resultado que producen en un lindo acorde. Cada una aporta un sonido propio que constituye un hermoso todo. Ahora bien, si le preguntas a cualquier músico sabrás que lograr tocar una melodía que suene tal y como está escrita, toma trabajo, sacrificio.
Es igual con nuestras relaciones. Resolver las diferencias no es fácil, pero ¿quién dijo que es fácil compartir la vida con otra persona diferente?
Por: Wendy Bello
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