Primero: no podemos controlarlo todo.
Repitan después de mí: no podemos controlarlo todo.
Solo tenemos poder para controlar cómo reaccionamos ante lo que nos sucede y ese es un superpoder.
En nuestro cerebro existe una amígdala que tiene el tamaño de una almendra y que comanda nuestras reacciones primarias.
De hecho, vamos a visualizarla como el perro guardián de nuestra casa.
Reacciona ante el peligro y lo desconocido, ya que gestiona el miedo y la reacción de lucha o huida.
Pero tenemos que encontrar la forma de regular a nuestro perro guardián para que no ladre todo el día.
Y para que no esté inquieto todo el tiempo.
¿Cómo lograrlo?
Observándonos: cómo nos comportamos, qué detona que perdamos el control.
Aceptando que no podemos cambiar nuestro estado de ánimo en ese momento y respirando para darnos una pausa y pensar antes de actuar.
Segundo: practicando la gratitud para entender que lo malo no nos pasa porque somos culpables de algo o porque lo merecemos, sino que lo que nos pasa y duele y nos cuesta, es una lección que nos motiva a ser mejores.
Si agradecemos, lo malo se convierte en aprendizaje, en un nuevo reto que asumir.
Sin duda.
Tercero: tenemos que comprender que si no hay cambio, nada tiene sentido.
La vida es un flujo de energía constante, todo está en movimiento y necesita moverse.
Tenemos la obligación de ser flexibles y de creer que claro que podemos transformar nuestra realidad.
No hay magia de por medio, todos podemos.
Felizmente, la vida va encontrando su propio camino entre sueños y expectativas fallidas.
Por: Lorena Salmón, periodista.
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