
Por la tarde se levantó una terrible tormenta.
Al caer la noche, ninguno de los botes había vuelto a la caleta.
Las esposas, madres, hijos y novias de los pescadores, se pasaron toda la noche recorriendo la playa de arriba abajo.
Angustiadas, le suplicaban a Dios que salvara a aquellos hombres.
Para colmo de horrores, una de las casas se incendió, y como faltaban hombres en el pueblo, no pudieron hacer nada para salvarla.
Al amanecer, todos se regocijaron al ver que los 4 botes regresaban a la bahía sin problema.
Sin embargo, entre los rostros de las mujeres, había uno que era la viva imagen de la desesperación: el de la señora cuya casa se había incendiado.
Corrió a abrazar a su esposo llorando y le dijo: “¡Amor, estamos arruinados, nuestra casa se quemó completamente!”.
Pero se quedó sorprendidísima cuando su marido exclamó: “¡Dale gracias a Dios por ese incendio!
La luz del fuego nos salvó, pues nos indicó dónde estaba el puerto.
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