Cómo adaptarnos a un mundo en constante cambio.
En Chicago, un soleado domingo, hombres y mujeres que habían ido juntos
a almorzar tras haber asistido a un acto oficial en el centro la noche anterior
querían saber más cosas de la vida de sus ex compañeros de clase. Después
de muchas bromas y una gran comida, entablaron una interesante reunión.
Angela, que había sido una de las personas más populares de la clase dijo:
- La vida ha seguido una trayectoria muy distinta de lo que yo pensaba cuando
íbamos al instituto. Han cambiado muchas cosas.
- Es Cierto – convino Nathan.
Los demás sabían que Nathan había continuado con el negocio familiar, que
funcionaba como siempre, y que desde que ellos recordaban estaba integrado
en la comunidad. Por eso los sorprendió verlo preocupado.
- Pero ¿habéis notado que cuando las cosas cambian nosotros no queremos
cambiar? – prosiguió.
- Creo que nos resistimos al cambio porque cambiar nos da ,miedo - apuntó
Carlos.
Tú eras el capitán del equipo de fútbol, Carlos – dijo Jessica -. Nunca hubiera
pensado que algún día llegarías a hablar de miedo.
Todos rieron al advertir que, aunque habían tomado direcciones distintas (desde
amas de casa hasta ejecutivos de empresas), habían experimentado sensaciones
similares.
Cada uno de ellos intentaba afrontar los cambios inesperados que se estaban
produciendo en su vida en los últimos años. Y casi todos los asistentes admitieron
que no habían encontrado una buena manera de hacerlo.
-A mí también me daban miedo los cambios – intervino Michael -. Cuando se
produjo un gran cambio en nuestra empresa, no supimos qué hacer. Seguimos
actuando como siempre y casi lo perdimos todo. Pero entonces me contaron un
cuento que lo cambió todo.
-¿En serio? – preguntó Nathan.
-Sí, el cuento alteró la manera en que yo miraba los cambios, y a partir de ese
momento las cosas mejoraron rápidamente....En mi trabajo y en mi vida.
“Entonces divulgué el cuento entre algunas personas de mi empresa, que hicieron
lo propio con otras ajenas a ella, y enseguida las cosas empezaron a funcionar
mucho mejor porque todos nos adaptamos mejor al cambio. Y muchos dicen lo
mismo que yo: que los ha ayudado en la vida privada.
-¿De qué trata el cuento? – preguntó Ángela.
- Se llama ¿Quién se ha llevado mi Queso?.
Todos se echaron a reír.
- Me gustaría oírlo – dijo Carlos - ¿Por qué no nos lo cuentas ahora?.
- Desde luego – respondió Michael – Será un placer para mí....No es demasiado
largo.
Y Michael empezó a contar el cuento.
EL CUENTO
Érase una vez un país muy lejano en el que vivían cuatro personajes. Todos
corrían por un laberinto en busca del queso con el que se alimentaban y que
los hacía felices.
Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Oliendo y Corriendo (Oli y Corri para
sus amigos); los otros dos eran pesonistas, seres del tamaño de los ratones, pero que tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecidos a los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y Kof.
Debido a su pequeño tamaño, resultaba difícil ver qué estaban haciendo, pero si
mirabas de cerca descubrías cosas asombrosas.
Tanto los ratones como las personitas se pasaban el día en el laberinto
buscando su queso favorito.
Oli y Corri, los ratones, aunque solo poseían cerebro de roedores, tenían muy
buen instinto y buscaban el queso seco y curado que tanto gusta a esos
animalitos.
Kif y Kof, las pesonitas, utilizaban un tipo de cerebro repleto de creencias para
buscar un tipo muy distinto de Queso – con mayúscula -, que ellos creían que
los haría felices y triunfar.
Por distintos que fueran los ratones y las personitas, tenían algo en común:
Todas las mañanas se ponían su chándal y sus zapatillas deportivas, salían
de su casita y se precipitaban corriendo hacia el laberinto en busca de su queso
favorito.
El laberinto era un dédalo de pasillos y salas, y algunas de ellas contenían
delicioso queso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida
que no llevaban a ningún sitio. Era un lugar en el que resultaba muy fácil
perderse.
Sin embargo, para los que daban con el camino, el laberinto albergaba secretos
que les permitían disfrutar de una vida mejor.
Para buscar el queso, Oli y Corri, los ratones, utilizaban el sencillo pero ineficaz
método del tanteo. Recorrían un pasillo, y si estaba vacío, daban media vuelta y
recorrían el siguiente.
Oli olfateaba el aire con su gran hocico a fin de averiguar en qué dirección había
que ir para encontrar queso, y Corri se abalanzaba hacia allí. Como imaginarán,
se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo chocaban contra las
paredes.
Sin embargo, Kif y Kof, las dos personitas, utilizaban un método distinto que se
basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas,
aunque a veces sus creencias y emociones los confundían.
Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio método, todos encontraron lo que
habían estado buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la Central
Quesera Q dieron con el tipo de queso que querían.
A partir de entonces, los ratones y las personitas se ponían todas las mañanas
sus prendas deportivas y se dirigían a la Central Quesera Q. Al poco, aquello
se había convertido en una costumbre para todos.
Oli y Corri se despertaban temprano todas las mañanas, como siempre, y corrían
por el laberinto siguiendo la misma ruta.
Cuando llegaban a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas y se las
colgaban del cuello para tenerlas a la mano en el momento en que volvieran a
necesitarlas. Luego se dedicaban a disfrutar del queso.
Al principio, Kif y Kof también iban corriendo todos los días hasta la Central Quesera
Q para paladear los nuevos y sabrosos bocados que los aguardaban.
Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron cambiando de costumbres.
Kif y Kof se despertaban cada día más tarde, se vestían más despacio e iban
caminando hacia la Central Quesera Q. Al fin y al cabo, sabían dónde estaba el
queso y como llegar hasta él.
No tenían ni idea de la procedencia del queso ni sabían quién lo ponía allí.
Simplemente suponían que estaría en su lugar.
Todas las mañanas, cuando llegaban a la Central Quesera Q, Kif y Kof se
ponían cómodos, como si estuvieran en casa, colgaban sus zapatillas y se
ponían las pantunflas. Como ya habían encontrado el queso, cada vez se
sentían más a gusto.
Esto es una Maravilla – dijo Kif -. Aquí tenemos queso suficiente para toda la
vida.
Las personitas se sentían felices y contentas, pensando que estaban a salvo
por siempre.
No tardaron mucho en considerar suyo el queso que habían encontrado en la
Central Quesera Q. Y había tal cantidad almacenada allí que, poco después,
trasladaron su casa cerca de la central y construyeron una vida social alrededor
de ella.
Para sentirse más a gusto, Kif y Kof decoraron las paredes con Frases e incluso
pintaron trozos de queso que los hacían sonreír. Una de las frases decía:
TENER QUESO HACE FELIZ
En ocasiones Kif y Kof llevaban a sus amigos a ver los trozos de queso que se
apilaban en la Central Quesera Q. Unas veces lo compartían con ellos y otras, no.
Nos merecemos este queso – dijo Kif -. Realmente tuvimos que trabajar muy duro
y durante mucho tiempo para conseguirlo. – Tras estas palabras, cogió un trozo
de queso y se lo comió.
Después Kif se quedó dormido, como solía ocurrirle.
Todas las noches, las personitas volvían a casa cargadas de queso y todas las
mañanas regresaban, confiadas, por más queso la a Central Quesera Q.
Todo siguió igual durante algún tiempo.
Pero al cabo de algunos meses, la confianza de Kif y Kof se convirtió en arrogancia.
Se sentían tan a gusto que ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo.
El tiempo pasaba, y Oli y Corri seguían haciendo lo mismo todos los días. Por la
mañana, llegaban temprano a la Central Quesera Q y husmeaban, escarbaban e
inspeccionaban la zona para ver si habían ocurrido cambios con respecto al día
anterior. Luego se sentaban y se ponían a mordisquear el queso.
Una mañana, llegaron a la Central Quesera Q y descubrieron que no había queso.
No les sorprendió. Como habían notado que las reservas de queso habían ido
disminuyendo poco a poco, Oli y Corri estaban preparados para lo inevitable e,
instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que hacer.
Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas deportivas que llevaban atadas al
cuello, se las calzaron y se las anudaron.
Los ratones no de perdían en análisis profundos de las cosos. Y tampoco tenían que
cargar con complicados sistemas de creencias.
Para los ratones, tanto el problema como la solución eran simples. La situación en la
Central Quesera Q había cambiado. Por lo tanto Oli y Corri decidieron cambiar.
Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces Oli alzó el hocico, husmeó y
asintió con la cabeza, tras lo cual, Corri se lanzó a correr por el laberinto y Oli lo siguió
lo más deprisa que pudo.
Ya se habían puesto en marcha en busca de queso nuevo.
Ese mismo día, más tarde, Kif y Kof hicieron su aparición en la Central Quesera Q.
No habían prestado mucha atención a los pequeños cambios que habían ido
produciéndose y, por lo tanto, daban por sentado que su queso seguiría allí.
La nueva situación los pilló totalmente por desprevenidos.
-¿Qué? ¿No hay queso? – gritó Kif - ¿No hay queso? – repitió muy enojado, como si
gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera -. ¿Quién se ha llevado mi
queso?- bramó indignado. Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro enrojecido
de ira, vociferó –¡Esto no es Justo!.
Kof sacudió negativamente la cabeza con gesto de incredulidad. Él también había
dado por supuesto que en la Central Quesera Q habría queso, y se quedó paralizado
por la sorpresa. No estaba preparado para aquello.
Kif gritaba algo, pero Kof no quería escucharlo. No tenía ganas de enfrentarse a lo
que tenía adelante, así que se desconectó de la realidad.
La conducta de las personitas no era agradable ni productiva, pero sí comprensible.
Encontrar queso no había sido fácil, y para las personitas eso significaba mucho más
que tener todos los días la cantidad necesaria del mismo.
Para las personitas, encontrar queso era la dar con la manera de obtener lo que creían
que necesitaban para ser felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos, su propia
idea de lo que significaba el queso.
Para algunas, encontrar el queso era poseer cosas materiales. Para otras, disfrutar de
buena salud o alcanzar la paz interior.
Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a salvo, tener algún día una
estupenda familia y una confortable casa en la calle Cheddar.
Para Kif , significaba convertirse en un Gran Queso con otros a su cargo y tener una
hermosa mansión en lo alto de las colinas Camembert.
Como el queso era muy importante para ellas, las dos personitas pasaron mucho tiempo
decidiendo qué hacer. Al principio, lo único que se les ocurrió fue inspeccionar a fondo la
Central Quesera Q para comprobar si realmente el queso había desaparecido.
Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en marcha, Kif y Kof continuaban vacilando
y titubeando.
Despotricaron y se quejaron de lo injusto que era todo lo ocurrido, y Kof empezó a
deprimirse. ¿Qué sucedería si al día siguiente tampoco encontraban el queso? Había
hecho muchos planes para el futuro basados en aquel queso...
Las personitas no daban crédito a lo que veían. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello?
Nadie les había avisado. No estaba bien. Se suponía que esas cosas no tenían que pasar.
Aquella noche, Kif y Kof volvieron a casa hambrientos y desanimados; pero antes de
marcharse de la Central Quesera Q, Kof escribió en la pared:
CUANTO MÁS IMPORTANTE ES EL QUESO PARA UNO, MÁS DESEA CONSERVARLO
Al día siguiente, Kif y Kof salieron de sus respectivas casas y volvieron a la Central
Quesera Q, donde esperaban encontrar, de una manera u otra, su queso.
Pero la situación no había cambiado: el queso seguía sin estar allí. Las personitas no
sabían qué hacer. Kif y Kof se quedaron paralizados, inmóviles como estatuas.
Kof cerró los ojos lo más fuerte que pudo y se tapó los oídos con las manos. Quería
desconectarse de todo. Se negaba a reconocer que las reservas de queso habían ido
disminuyendo de manera gradual. Estaba convencido de que habían desaparecido de
repente.
Kif analizó la situación una y otra vez, y, al final, su complicado cerebro dotado de un
enorme sistema de creencias empezó a funcionar.
-¿Porqué me han hecho esto?- se preguntó -. ¿Qué está pasando aquí?
Kof abrió los ojos, miró a su alrededor e inquirió:
-Por cierto, ¿dónde están Oli y Corri? ¿Crees que saben algo que nosotros no sabemos?
-¿Qué quieres que sepan?- espetó Kif en tono de desprecio-. No son más que ratones.
Reaccionan ante lo que ocurre. Nosotros somos personitas, somos especiales.
Tendríamos que ser capaces de dar con la solución. Además, merecemos mejor suerte
que ellos. Esto no debería ocurrirnos, y si nos ocurre, al menos tendríamos que recibir
una compensación.
-¿Por qué tendríamos que recibir una compensación?- quiso saber Kof.
-Porque tenemos derecho.
-¿Derecho a qué?- preguntó Kof.
- Tenemos derecho a nuestro queso.
-¿Por qué? – insistió Kof.
- Porque este problema no lo hemos causado nosotros –respondió Kif -alguien ha
provocado esta situación y nosotros tenemos que sacar algún provecho de ella.
- Tal vez sería mejor no analizar tanto la situación- Lo que deberíamos hacer es
ponernos en marcha de inmediato y buscar queso nuevo –sugirió Kof.
- Oh no- repuso Kif-. Voy a llegar al fondo de todo esto.
Mientras Kif y Kof seguían discutiendo lo que debían hacer, Oli y Corri ya se habían
puesto en marcha y habían recorrido muchos pasillos, buscando queso en todas las
centrales queseras que encontraban en su camino.
No pensaban en otra cosa que ni fuera encontrar queso nuevo.
Pasaron mucho tiempo sin encontrar nada, hasta que, al final, llegaron a una zona del
laberinto en la que nunca habían estado la Central Quesera N.
Al entrar profirieron un grito de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando:
una gran reserva de queso.
No podían dar crédito a sus ojos. Eta la cantidad más grande de queso que los ratones
habían visto en toda su vida.
Mientras, Kif y Kof seguían en la Central Quesera Q evaluando la situación. Empezaban
a sufrir los efectos de la falta de queso. Cada vez estaban más frustrados y enfadados,
y se culpaban el uno al otro de la situación en la que se hallaban.
De vez en cuando, Kof se acordaba de sus amigos los ratones, y se preguntaba si Oli y
Corri ya habían encontrado queso. Pensaba que debían estar pasando momentos muy
duros, porque correr por el laberinto siempre conllevaba incertidumbre, pero también
sabía que no estarían en apuros mucho tiempo.
A veces, Kof imaginaba que Oli y Corri habían encontrado queso nuevo y los veía
disfrutando de él. Pensaba en lo bien que le sentaría andar a la aventura por el laberinto
y encontrar un nuevo queso. Casi podía saborearlo.
Cuanto más clara era la imagen que Kof tenía de sí mismo encontrando y probando el
nuevo queso, más ganas le entraban de marcharse de la Central Quesera Q.
-¡Vámonos!- exclamó de repente.
-¡Nó!- replicó Kif rápidamente-. Estoy bien aquí, es un lugar cómodo y conocido. Además,
salir ahí afuera es peligroso.
-No, no lo es- repuso Kof-. Hemos recorrido ya muchas zonas del laberinto, y podemos
hacerlo otra vez.
-Soy demasiado viejo para eso- dijo Kif-. Y no tengo ningún interés en perderme ni en
engañarme a mí mismo ¿Tú sí?.
Estas palabras hicieron que Kof volviera a sentir miedo al fracaso, y sus esperanzas de
encontrar queso nuevo se desvanecieron.
Así que las personitas siguieron haciendo todos los días lo mismo que habían hecho
hasta entonces: ir a la Central Quesera Q, no encontrar queso y volver a casa, llevando
consigo sus desasosiegos y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez les costaba más conciliar el
sueño, y por la mañana tenían menos energía y estaban más irritables.
Sus casas no eran los sitios acogedores que habían sido. Las personitas sufrían de
insomnio, y cuando conseguían dormir tenían pesadillas en las que no encontraban
el queso.
Pero Kif y Kof seguían volviendo todos los días a la Central Quesera Q y, una vez allí,
se limitaban a esperar.
- Si nos esforzáramos un poco –dijo Kif-, tal vez descubriríamos que en realidad las
cosas no han cambiado tanto. Es probable que el queso esté cerca. Quizás está
escondido detrás de la pared.
Al día siguiente, Kif y Kof volvieron con herramientas. Kif sujetó el cincel y Kof golpeó
con el martillo hasta que hicieron un agujero en la pared de la Central Quesera Q.
Miraron a través de él pero no encontraron el queso.
Se sintieron decepcionados, pero creían que podían solucionar el problema. Por eso
empezaron a trabajar más temprano, lo hacían con más ahínco y acababan más tarde,
pero lo único que consiguieron fue tener un enorme agujero en la pared.
Kof empezó a comprender la diferencia entre Actividad y Productividad.
- Tal vez – dijo Kif -, lo único que debemos hacer es quedarnos sentados y ver qué pasa.
Tarde o temprano, tendrán que volver a poner el queso.
Kof quería creer que Kif tenía razón, así que todas la noches se iba a casa a descansar
y a la mañana siguiente volvía con su amigo, de mala gana, a la Central Quesera Q.
Pero el queso seguía sin aparecer.
Las personitas estaban cada vez más débiles debido al hambre y al estrés. Kof empezaba
a cansarse de esperar que la situación mejorase. Comenzaba a comprender que cuanto
más tiempo estuvieran sin queso, peor se encontrarían.
Kof sabía que estaba perdiendo la agudeza.
Finalmente, un día Kof empezó a reírse de sí mismo.
“Mírate, Kof, mírate –se decía-. Cada día hago las mismas cosas, una y otra vez, y me
pregunto porqué la situación no mejora. Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso
divertido.
A Kof no le gustaba la idea de tener que correr de nuevo por el laberinto, porque sabía
que se perdería y no tenía ninguna certeza de que fuera a encontrar más queso, pero
al ver lo estúpido que se estaba volviendo por culpa del miedo, tuvo que reírse de sí
mismo.
-¿Dónde has puesto nuestros chándals y las zapatillas deportivas?- le preguntó a Kif.
Tardaron mucho tiempo en dar con ellos porque, cuando tiempo atrás habían encontrado
queso en la Central Quesera Q, los habían guardado al fondo del todo pensando que ya
no los necesitarían nunca más
Cuando Kif vio a su amigo poniéndose el chándal, le preguntó:
-No irás a salir del laberinto otra vez, ¿verdad? ¿Por qué no te quedas aquí conmigo,
esperando a que devuelvan el queso?.
-Mira, Kif, no entiendes lo que pasa. Yo tampoco quería verlo, pero ahora me doy cuenta
de que ya no nos devolverán aquel queso. Ese queso pertenece al pasado y ha llegado
la hora de encontrar uno nuevo.
-Pero ¿y si no hay más? – repuso Kif-. Y aun en caso de que haya, ¿y si no lo encuentras?
-No lo sé- respondió Kof.
Se había formulado miles de veces esas dos preguntas y empezó a sentir de nuevo el
miedo que lo paralizaba.
Luego empezó a pensar en encontrar un queso nuevo y en todas las cosas buenas
que eso significaría.
Entonces hizo acopio de fuerzas y dijo:
-A veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como antes. Creo que estamos
en una situación de este tipo, Kif ¡Así es la vida! La vida se mueve y nosotros también
debemos de hacerlo.
Kof miró a su demacrado compañero e intentó hacerlo entrar en razón, pero el miedo
de Kif se había convertido en ira y no quiso escucharle.
Kof no quería ser brusco con su amigo, pero no pudo evitar reírse de lo estúpidamente
que ambos se estaban comportando.
Mientras Kof se preparaba para salir, empezó a sentirse más vivo al tomar conciencia
de que por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el miedo y seguir adelante.
-¡Ha llegado el momento de volver al laberinto¡- anunció.
Kif no se rió ni reaccionó.
Kof cogió una pequeña piedra afilada y escribió un pensamiento sobre la pared para
que su amigo reflexionase sobre él. Tal como tenía por costumbre, Kof incluso dibujó
un trozo de queso alrededor de las palabras con la esperanza de hacer sonreír a Kif
y de animarlo a buscar un nuevo queso, pero su amigo no quiso mirar.
En la pared de leía:
SI NO CAMBIAS, TE EXTINGUES
A continuación, Kof asomó la cabeza y observó el laberinto con ansiedad. Pensó en
cómo había llegado a aquella situación de carencia de queso.
Había creído que posiblemente no hubiera queso en el laberinto o que no iba a ser
capaz de encontrarlo. Aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando
y acabarían por matarlo.
Kof sonrió. Sabía que Kif se estaba preguntando “¿Quién se ha llevado mi queso?”,
pero lo que él se preguntaba era “¿Por qué no me puse en marcha antes, por qué
no me moví cuando lo hizo el queso?”
Al adentrarse en el laberinto, Kof miró hacia atrás, consciente de la comodidad del
espacio que dejaba, y se sintió atraído hacia aquel territorio conocido pese a que
llevaba mucho allí sin encontrar queso.
Kof se sentía cada vez más angustiado, y se preguntó si realmente quería volver
al laberinto. Escribió una frase en la pared que tenía adelante y se quedó un rato
mirándola.
¿QUÉ HARÍA SI NO TUVIERA MIEDO?
Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno. Cuando tienes miedo de que las
cosas empeoren si no haces algo, el miedo puede incitarte a la acción. Pero cuando
el miedo te impide hacer algo, el miedo no es bueno.
Miró hacia la derecha. Era una zona del laberinto en la que nunca había estado y
sintió miedo.
Entonces, respiró hondo y se adentró en el laberinto, avanzando con paso veloz
hacia lo desconocido.
Mientras intentaba encontrar el buen camino, lo primero que pensó fue que tal vez
se había quedando esperando demasiado tiempo en la Central Quesera Q. Hacía
tanto tiempo que no comía queso que se encontraba débil. Recorrer el laberinto le
exigió más tiempo y esfuerzo de lo acostumbrado. Decidió que si alguna vez volvía
a pasarle algo parecido, se adaptaría al cambio más de prisa. Eso facilitaría las
cosas.
“Más vale tarde que nunca”, se dijo con una leve sonrisa.
Durante los días sucesivos, Kof encontró un poco de queso aquí y allá, pero no eran
cantidades que durasen mucho tiempo. Esperaba encontrar una buena ración para
llevársela a Kif y animarlo a que volviera al laberinto.
Pero Kof todavía no había recuperado la suficiente confianza en sí mismo. Tuvo que
admitir que se desorientaba en el laberinto. Las cosas parecían haber cambiado desde
la última vez que había estado allí.
Justo cuando pensaba que había encontrado la dirección correcta, se pedía en los
pasillos. Era como si diera dos pasos adelante y uno atrás. Era todo un reto, pero tuvo
que admitir que volver a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible
como había temido.
Con el paso del tiempo, empezó a preguntarse si la esperanza de encontrar queso nuevo
era realista. ¿No sería un sueño? De inmediato se echó a reír, al darse cuenta de que
llevaba tanto tiempo sin dormir que era imposible que soñase.
Cada vez que empezaba a desalentarse, se recordaba a si mismo que lo que estaba
haciendo, por incómodo que le resultase en aquel momento, era mucho mejor que
quedarse de brazos cruzados sin queso. Estaba tomando las riendas de su vida en
vez de dejar simplemente que las cosas ocurrieran.
Luego se recordó que si Oli y Corri eran capaces de aventurarse, él también lo era.
Más tarde, Kof reconstruyó los hechos y llegó a la conclusión de que el queso de la
Central Quesera Q no había desaparecido de la noche a la mañana, como había creído
al principio. En los últimos tiempos, había cada vez menos queso y además, el que
quedaba, ya no sabía tan bien.
Tal vez el queso había empezado a enmohecerse y él no lo había notado. Tuvo que admitir
sin embargo, que si hubiera querido se habría percatado de lo que estaba ocurriendo. Pero
no lo había hecho.
En aquel momento comprendió que el cambio no lo habría pillado por sorpresa si se hubiera
fijado en que este se iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto. Quizás era eso
lo que Oli y Corri habían hecho.
Se detuvo a descansar, y escribió en la pared del laberinto:
HUELE EL QUESO A MENUDO PARA SABER CUANDO EMPIEZA A ENMOHECERSE
Cuando llevaba sin encontrar queso durante un tiempo que le pareció muy largo, Kof
llegó a una inmensa la Central Quesera que tenía un aspecto prometedor. Pero cuando
entró sufrió una gran decepción al ver que estaba totalmente vacía.
“Ya he tenido esta sensación de vacío con demasiada frecuencia”, pensó, con ganas de
abandonar la búsqueda.
A Kof empezaban a flaquearle las fuerzas. Sabía que estaba perdido y temía no sobrevivir.
Pensó en dar marcha atrás y regresar a la Central Quesera Q. Al menos, si lo conseguía y
Kif estaba aún allí, no se sentiría tan solo. Entonces volvió a formularse la misma pregunta
de antes: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”.
Tenía miedo mucho más a menudo de lo que estaba dispuesto a admitir. No siempre estaba
seguro de qué era lo que le daba miedo, pero en aquel estado de debilidad supo que tenía
miedo de seguir avanzando solo. Kof no se percataba, pero se estaba quedando atrás por
culpa de sus miedos.
Se preguntó si Kif se habría movido o seguiría paralizado por sus miedos. Entonces, Kof,
recordó las ocasiones en que se había sentido más a gusto en el laberinto. Siempre habían
sido estando en movimiento. Escribió una frase en la pared, sabiendo que era tanto un
recordatorio para sí mismo como una señal por si su compañero Kif decidía a seguirlo:
AVANZAR EN UNA DIRECCIÓN NUEVO AYUDA A ENCONTRAR UN NUEVO QUESO
Kof miró el oscuro corredor y fue consciente de su miedo. ¿Qué le esperaba ahí dentro?
¿Estaba vacío? O peor aún: ¿había peligros escondidos? Empezó a imaginar todos tipo
de cosas aterradoras que podrían ocurrirle. Cada vez sentía más pavor.
Entonces se rió de sí mismo. Comprendió que lo único que hacían sus miedos era empeorar
las cosas. Por eso, hizo lo que hubiera hecho de no tener miedo: avanzó en una nuevo
dirección.
Cuando empezó a correr por el oscuro pasillo , una nueva sonrisa se dibujó en sus labios.
Kof todavía no lo comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su alma. Se
sentía libre y tenía confianza en lo que le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué
era.
Para su sorpresa, vio que cada vez se lo pasaba mejor.
“¿Por qué me siento tan bien?- se preguntó –No tengo ninguna pizca de queso ni sé hacia
donde voy”.
No tardó en comprender porqué se sentía de aquel modo.
Y se entretuvo para escribir de nuevo en la pared:
CUANDO DEJAS ATRÁS EL MIEDO, TE SIENTES LIBRE
Kof comprendió que había sido prisionero de su propio miedo. Avanzar en una
dirección nueva lo había liberado.
En ese momento notó la brisa que corría por aquella parte del laberinto y le pareció
refrescante. Respiró hondo unas cuantas veces y se sintió revitalizado. Después de
haber dejado atrás el miedo, todo resultó mucho más agradable de lo que él había
pensado que sería.
Hacía mucho tiempo que no se sentía de aquella manera. Casi había olvidado lo
divertido que era.
Para que todo fuera aún mejor, Kof empezó a hacer un dibujo en su mente. Se veía
con todo detalle y gran realismo, sentado en medio de un montón de sus quesos
favoritos, desde el Cheddar hasta el brie. Se vio comiendo de todos los quesos que
le gustaban y disfrutó con lo que vio. Luego imaginó lo felicísimo que lo harían todos
aquellos sabores.
Cuanto más clara veía la imagen del nuevo queso, más real se volvía y presentía
que iba a encontrarlo.
IMAGINARSE DISFRUTANDO DEL QUESO NUEVO ANTES INCLUSO DE
ENCONTRALO CONDUCE HACIA ÉL.
“¿Por qué no lo había hecho antes?”, se preguntó.
Entonces, echó a correr por el laberinto con más energía y agilidad. Al poco localizó
otra la Central Quesera en cuya puerta vio, con gran excitación, unos pedacitos de
un nuevo queso.
Vio tipos de queso que no conocía pero que tenían un aspecto fantástico. Los probó
y le parecieron deliciosos. Comió de casi todos y se guardó unos trozos en el bolsillo
para más tarde y quizás para compartirlos con su amigo Kif. Empezó a recuperar las
fuerzas.
Entró a la Central Quesera muy excitado, pero, para su consternación, descubrió
que estaba vacía. Allí ya había estado alguien y solo había dejado unos pedazos
pequeños del nuevo queso.
Comprendió que si se hubiera movido antes, con toda probabilidad habría encontrado
allí más cantidad de queso.
Kof decidió volver atrás y averiguar si Kif estaba dispuesto a acompañarlo.
Mientras desandaba el camino, se detuvo y escribió en la pared:
CUANTO ANTES SE OLVIDA EL QUESO VIEJO, ANTES SE ENCUENTRA EL
NUEVO QUESO
Al cabo de un rato Kof llegó a la Central Quesera Q y encontró a Kif. Le ofreció unos
pedazos de queso, pero su amigo los rechazó.
Kif agradeció el gesto, pero dijo:
-No creo que me guste ese nuevo queso. No estoy acostumbrado a él. Yo quiero que
me devuelvan mi queso, y no voy a cambiar de actitud hasta que esto ocurra.
Kof sacudió la cabeza, decepcionado, y volvió a salir solo. Mientras regresaba al punto
más alejado del laberinto al que había llegado, aunque echaba de menos a su amigo,
le gustaba lo que iba descubriendo. Incluso antes de encontrar lo que esperaba que
fuese una gran reserva de queso nuevo, si es que llegaba a encontrarla, sabía que no
era sólo tener queso lo que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz porque no los dominaba el miedo y porque le gustaba lo que estaba
haciendo en aquellos momentos.
Al darse cuenta de ello, no se sintió tan débil como cuando estaba sin queso en
la Central Quesera Q. El solo hecho de saber que no permitía que el miedo lo
paralizase y que había tomado una nueva dirección le daba fuerzas.
En esos instantes supo que encontrar lo que necesitaba era sólo cuestión de tiempo.
De hecho, ya había encontrado lo que buscaba.
Sonrió y escribió en la pared:
ES MÁS SEGURO BUSCAR EN EL LABERINTO QUE QUEDARSE DE BRAZOS
CRUZADOS SIN QUESO
Kof advirtió de nuevo, como ya había hecho antes, que lo que nos da miedo nunca
es tan malo como lo que imaginamos. El miedo que dejamos crecer en nuestra mente
es peor que la situación real. Había temido tanto no encontrar queso que ni siquiera
se había atrevido a buscarlo. Sin embargo, desde que había empezado el recorrido
había encontrado queso suficiente para sobrevivir. Y esperaba encontrar más. Mirar
hacia delante era excitante.
Su antigua manera de pensar se había visto afectada por temores y preocupaciones.
Antes pensaba en la posibilidad de no tener bastante queso o de que no le durase el
tiempo necesario. Solía pensar más en lo que podía ir mal que en lo que podía ir bien.
Pero eso había cambiado desde que dejó la Central Quesera Q.
Antes pensaba que el queso no debía moverse nunca de su sitio y que los
cambios no eran buenos.
Ahora veía que era natural que se produjeran cambios constantes, tanto si uno
los esperaba como si no. Los cambios solo podían sorprenderte si no los
esperabas ni contabas con ellos.
Cuando advirtió que su sistema de creencias había cambiado, hizo una pausa
para escribir en la pared:
LAS VIEJAS CREENCIAS NO CONDUCEN AL NUEVO QUESO
Kof todavía no había encontrado nada de queso, pero mientras corría por el
laberinto pensó en lo que había aprendido hasta entonces.
Advirtió que las nuevas creencias estimulaban conductas nuevas. Se estaba
comportando de manera muy distinta que cuando volvía día tras día a la misma
la Central Quesera vacía.
Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado de forma de actuar.
Todo dependía de lo que decidiera creer. Escribió de nuevo en la pared:
CUANDO VES QUE PUEDES ENCONTRAR NUEVO QUESO Y DISFRUTAR
DE EL, CAMBIAS DE TRAYECTORIA
Kof supo que, si hubiera aceptado antes el cambio y hubiese salido enseguida
de la Central Quesera Q, ahora se encontraría mucho mejor. Se sentiría más
fuerte física y mentalmente y abría afrontado mejor el reto de buscar un nuevo
queso. En realidad, si hubiera previsto el cambio, en vez de perder el tiempo
negando que este se había producido, probablemente ya habría encontrado lo
que buscaba.
Hizo acopio de fuerzas y decidió explorar las zonas más desconocidas del laberinto.
Encontró pedazos de queso aquí y allá, y recuperó el ánimo y la confianza en sí
mismo.
Mientras pensaba en el camino que llevaba recorrido desde que había salido de la
Central Quesera Q, se alegró de haber escrito frases en diversos puntos. Esperaba
que esas frases le indicaran el camino a Kif si este decidía salir en busca de queso.
Se detuvo y escribió en la pared lo que llevaba tiempo pensando:
NOTAR ENSEGUIIDA LOS PEQUEÑOS CAMBIOS AYUDA A ADAPTARSE A
LOS CAMBIOS MÁS GRANDES QUE ESTÁN POR LLEGAR
En esos momentos, Kof ya se había liberado del pasado y se estaba adaptando
al futuro.
Avanzó por el laberinto con más energía y a mayor velocidad. Y al poco, lo que
estaba esperando ocurrió.
Cuando ya le parecía que llevaba toda la vida en el laberinto, su viaje (o al menos
aquella parte del viaje) terminó rápida y felizmente.
¡Encontró nuevo queso en la Central Quesera N!.
Al entrar, se quedó pasmado por lo que vio. Había las montañas más grandes
de queso que se hubieran visto jamás. No los reconoció todos, ya que algunos
eran totalmente nuevos para él.
Por unos momentos se preguntó si aquello era real o sólo producto de su
imaginación, pero entonces vio a Oli y Corri.
Oli le dio la bienvenida con un movimiento de la cabeza, y Corri lo saludó con la
pata. Sus abultadas barriguitas indicaban que llevaban ahí mucho tiempo.
Kof les devolvió el saludo y enseguida se puso a probar sus quesos favoritos.
Se quitó las zapatillas y el chándal y lo dobló cuidadosamente, dejándolo a su
lado por si lo necesitaba de nuevo. Cuando hubo comido hasta la saciedad,
cogió un pedazo del nuevo queso y lo alzó hacia el cielo en señal de brindis
- ¡Por el Cambio!
Mientras saboreaba el nuevo queso, Kof pensó en todo lo que había aprendido.
Se percató de que, mientras había tenido miedo del cambio, se había aferrado
a la ilusión de un queso viejo que ya no existía.
¿Qué lo había hecho cambiar? ¿Había sido el miedo a morir de hambre?
“Bueno, eso también ha contribuido”, se dijo Kof..
Entonces se echó a reír y se dio cuenta de que había empezado a cambiar cuando
había aprendido a reírse de la propia estupidez. Después de hacerlo uno ya es libre
y puede seguir avanzando.
Supo que había aprendido algo muy útil de Oli y Corri, sus amigos los ratones, sobre
el hecho de avanzar. Los ratones llevaban una vida simple. No analizaban en exceso
ni complicaban demasiado las cosas. Cuando la situación cambió y el queso se
movió de sitio, ellos hicieron los mismo Kof prometió no olvidar eso.
Entonces utilizó su maravilloso cerebro para hacer algo que las personitas pueden
hacer mejor que los ratones. Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y
los utilizó para trazar un plan para su futuro. Supo que uno podía aprender a convivir
con el cambio.
Uno podía ser más consciente de la necesidad de conservar las cosas sencillas, ser
más flexible y moverse más de prisa.
No servía de nada complicar las cosas o confundirse a uno mismo con creencias que
dan miedo.
Si uno advertía cuando empezaban a producirse los cambios pequeños, estaría más
preparado para el gran cambio que antes o después seguramente se produciría.
Kof se dio cuenta de que era necesario adaptarse deprisa, porque si uno no lo hacía,
tal vez no podría adaptarse jamás.
Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de los cambios está dentro de uno
mismo y que las cosas no mejoran para uno mientras uno no cambia.
Pero lo más importante de todo era que cuando re quedabas sin el queso viejo, en
otro lugar siempre había un nuevo queso, aunque en el momento de la pérdida no lo
vieras. Y que te veías recompensado con ese queso nuevo tan pronto como dejabas
atrás los miedos y disfrutabas con la aventura de la búsqueda.
Supo que el miedo es algo que uno debe respetar ya que te aparta del peligro verdadero,
pero advirtió que casi todos sus miedos eran irracionales y que lo habían apartado del
cambio, cuando lo que él realmente necesitaba era el cambio.
Cuando se produjo el cambio, no le había gustado, pero ahora comprendía que había
sido una bendición, ya que lo habían llevado a encontrar un queso mejor.
Incluso había encontrado una parte mejor de sí mismo.
Mientras Kof pasaba revista a lo que había aprendido, se acordó de su amigo Kif. Se
preguntó si habría leído algunas de las frases que había escrito en las paredes de
la Central Quesera Q y del laberinto.
¿Habría decidido liberarse del miedo y salir de la quesera? ¿Habría entrado en el
laberinto y descubierto que su vida podía ser mejor?
Kof pensó en la posibilidad de volver a la Central Quesera Q y tratar de encontrar a
Kif, suponiendo que diera con el camino de vuelta hacia allí. Si encontraba a su amigo,
tal vez podría enseñarle la manera de salir del apuro. Pero después se dio cuenta de
que ya había intentado que su amigo cambiara.
Kif tenía que encontrar su propio camino, prescindiendo de las comodidades y
dejando los miedos atrás. Nadie podía hacerlo por él, ni convencerlo de que lo
Kof sabía que había dejado un buen rastro por el camino para que Kif lo siguiera. Lo
único que tenía que hacer era leer las frases que él había escrito en la pared.
Se dirigió hacia la pared más grande de la Central Quesera N y escribió un resumen
de todo lo que había aprendido. A continuación dibujó un gran pedazo de queso alrededor
de todos los pensamientos que se le habían hecho evidentes, y sonrió al contemplar
el conjunto.
EL CAMBIO ES UN HECHO
El queso se mueve constantemente
PREVÉ EL CAMBIO
Permanece alerta a los movimientos del queso
CONTROLA EL CAMBIO
Huele el queso a menudo para saber si se está enmoheciendo
ADÁPTATE RÁPIDAMENTE AL CAMBIO
Cuanto antes se olvida el queso viejo, antes se disfruta el nuevo
¡CAMBIA!
Muévete cuando se mueva el queso
DISFRUTA EL CAMBIO
Saborea la aventura y disfruta del nuevo queso
PREPÁRATE ´PARA CAMBIAR RÁPIDAMENTE Y DISFRUTAR OTRA VEZ
El queso se mueve constantemente
Kof advirtió lo lejos que había llegado desde que saliera de la Central Quesera Q
en la que había dejado a Kif, pero supo que le sería fácil cometer el mismo error si
no estaba atento. Así pues, todos los días inspeccionaba la Central Quesera N para
saber en qué estado se encontraba el queso. Iba a hacer todo lo posible para
impedir que el cambio lo pillase desprevenido.
Aún quedaba mucho queso, pero Kof salía a menudo del laberinto y exploraba
nuevas zonas para estar en contacto con lo que ocurría a si alrededor. Advertía
que era más seguro estar al corriente de sus posibilidades reales que aislarse
en su zona segura y confortable.
De pronto le pareció oír ruido de movimiento en el laberinto. El ruido era cada
vez más fuerte, y advirtió que se acercaba alguien.
¿Sería Kif? ¿Estaría a punto de doblar la esquina?
Kof rezó una oración y esperó, como tantas veces había hecho, que su amigo
finalmente hubiese sido capaz de....
¡MOVERSE CON EL QUESO Y DISFRUTARLO!
EL DEBATE ese mismo día, más tarde
Cuando Michael terminó de contar el cuento, miró a su alrededor y vio que sus
antiguos compañeros de clase sonreían.
Algunos le dieron las gracias y le dijeron que les había sido de gran utilidad.
-¿Y si nos encontráramos más tarde y lo comentáramos?- repuso Nathan.
A todos les pareció bien la idea, y quedaron para tomar algo juntos antes de cenar.
Esa noche, se reunieron en el bar de un hotel y empezaron a bromear con la idea
de buscar su “queso” y verse metidos en el laberinto.
-Entonces ¿qué personaje del cuento sería cada uno de nosotros? ¿Oli, Corre, Kif o
Kof? –preguntó Ángela a todo el grupo.
-Bueno, esta tarde he estado pensando en ello –respondió Carlos-. Y he recordado que,
antes de tener la tienda de artículos deportivos, sufrí un duro encuentro con el cambio.
No fui Oli, porque no me lo olí y no vi el cambio desde el principio. Y tampoco fui Corri,
porque no emprendí una acción de inmediato.
“Creo que más bien fui como Kif: quería quedarme en el territorio conocido. La verdad
es que no quería afrontar el cambio. Ni siquiera quería verlo.
Michael, que tenía la sensación de que apenas había pasado tiempo desde que Carlos
y él fueran tan amigos en el instituto preguntó:
-¿A qué te refieres Carlos?
-A un cambio inesperado de trabajo –respondió Carlos.
-¿Te despidieron? –preguntó Michael soltando una carcajada.
-Bueno, digamos que no quería salir en busca de nuevo queso. Tenía buenas razones
para creer que no se produciría ningún cambio. Por eso, cuando este se produjo me
afectó muchísimo.
Algunos de los compañeros de clase que habían estado callados desde el principio,
se sintieron más cómodos y empezaron a contar sus experiencias, entre ellos Frank,
que se había hecho militar.
-Kif me recuerda a un amigo mío –comentó-. Su departamento iba a desaparecer,
pero él se negaba a verlo. Todos los días despedían a personal de su sección. Todo
el mundo le hablaba de las grandes oportunidades que había en la empresa para los
que querían ser flexibles, pero el no creía que debería cambiar. Fue el único al que le
sorprendió la desaparición del departamento. Ahora le está costando mucho adaptarse
a un cambio que, según él, no tenía que haberse producido.
-Yo también era de las que creía que eso no iba a pasarme a mí –dijo Jessica-, pero lo
cierto es que mi “queso” se ha movido, y más de una vez.
Todos rieron excepto Nathan.
-Tal vez ese sea el meollo de todo el asunto –dijo este último-. Todos estamos
expuestos al cambio. Me gustaría que mi familia y yo hubiéramos escuchado antes
este cuento. Por desgracia, no quisimos ver los cambios que se iban a producir en
nuestro negocio, y ahora ya es demasiado tarde. Hemos tenido que cerrar varias
tiendas.
Aquello sorprendió a sus amigos, ya que creían que Nathan tenía la suerte de ser el
propietario de una empresa segura con la que siempre podría contar.
-¿Qué ocurrió? –quiso saber Jessica.
-De pronto, cuando montaron en la ciudad un hipermercado, con sus enormes
existencias y sus bajos precios, nuestra cadena de pequeñas tiendas quedó obsoleta.
No pudimos competir con esa gran superficie. Ahora veo que, en vez de reaccionar
como Oli y Corri, reaccionamos como Kif. Nos quedamos donde estábamos y no
cambiamos. Intentamos no hacer caso de lo que ocurría, y ahora tenemos problemas.
Kof habría podido enseñarnos un par de lecciones.
Laura, que en la actualidad era una importante mujer de negocios, había escuchado
con atención y decidió finalmente intervenir en la conversación.
-Esta tarde, yo también he estado pensando en el cuento que nos ha narrado Michael
–dijo-. Me he preguntado qué tengo que hacer para parecerme más a Kof y ver cuáles
son mis errores; reírme de mí misma; cambiar y hacer mejor las cosas. Me gustaría
saber una cosa ¿A cuántos de nosotros nos da miedo el cambio?
Nadie respondió por lo que Laura sugirió:
-Que levante la mano quien tenga miedo del cambio.
Sólo se alzó una.
-Bueno, parece que al menos hay una persona sincera en el grupo –prosiguió Laura -
tal vez les gusta más la pregunta siguiente: ¿cuántos de los que están aquí piensan
que los demás tienen miedo del cambio? –Todos levantaron la mano y luego se
echaron a reír –Bien, ¿y esto” qué significa?
-Significa la negación- respondió Nathan.
-A veces ni siquiera somos conscientes de que tenemos miedo –admitió Michael-. Yo
no sabía que lo tenía. La primera vez que oí el cuento, lo que más me gustó fue la
pregunta “¿Qué harías sino tuvieras Miedo?”.
-Lo que yo he sacado en claro del cuento –intervino Jessica- es que los cambios se
producen tanto si me dan miedo como si me gustan-
“Recuerdo que, hace unos años, cuando mi empresa vendía enciclopedias, una
persona intentó convencernos que teníamos que editar nuestra enciclopedia en CD
y venderla mucho más barata. El costo sería menor, y mucha más gente podría
permitirse comprarla, pero todos nos resistíamos a ello.
-¿Por qué esa resistencia? –quiso saber Nathan.
-Porque creíamos que la columna vertebral del negocio era la red de vendedores, las
personas que vendían de puerta en puerta. Mantener esa red de vendedores dependía
de la elevadas comisiones que cobraban por colocar en el mercado un producto caro.
Llevábamos mucho tiempo funcionando así y pensábamos que podría durar siempre.
-Ese era vuestro “queso” –dijo Nathan.
-Sí, y queríamos aferrarnos a él.
-Pensándolo ahora, de forma retrospectiva, veo que no se trató solo de que “nos
movieran el queso”, sino de que el “queso” tiene vida propia y, al final, se acaba. Y lo
que ocurrió fue que nosotros no cambiamos, pero un competidor si lo hizo y nuestras
ventas cayeron en picada. Hemos pasado una época muy difícil. Ahora va a producirse
otro gran cambio en la industria, y en la empresa nadie quiere afrontarlo. No me gusta.
Es posible que pronto me quede sin trabajo.
-¡Pues tendrás que salir del laberinto! –dijo Carlos. Los demás rieron, Jessica incluida.
Carlos se volvió hacia ella y le dijo:
-Es importante ser capaz de reírse de uno mismo.
-Eso es lo que más me ha impactado del cuento –terció Frank-. Yo no me tomo
demasiado en serio. Kof pudo cambiar a partir del momento en que fue capaz de
reírse de sí mismo y de lo que estaba haciendo.
-¿Creen que Kif llega a cambiar y sale a buscar queso nuevo? –preguntó Ángela.
-Yo creo que sí –respondió Elaine.
-Pues yo creo que no –dijo Cory-. Hay personas que nunca cambian y pagan un precio
muy alto por ello. En mi práctica médica veo a gente como Kif. Creen que tienen derecho
a su “queso”. Cuando el queso se mueve, se sienten víctimas y culpan a los demás. Se
ponen enfermas con más frecuencia que las personas que superan los miedos y siguen
avanzando.
-Me parece –dijo Nathan, en voz muy baja, como si hablara consigo mismo- que la
cuestión es: “¿De qué debemos prescindir y qué debemos seguir buscando?”.
Transcurrieron unos minutos sin que nadie dijera nada.
-Tengo que admitir –intervino finalmente Nathan- que había visto lo que estaba
ocurriendo en otras partes del país, pero esperaba que a nosotros no nos afectaría.
Supongo que es mucho mejor iniciar el cambio mientras uno todavía puede intentar
reaccionar y adaptarse a él. Tal vez deberíamos mover cada uno nuestro propio queso
-¿Qué quieres decir? –preguntó Frank.
-No puedo dejar de preguntarme dónde estaríamos hoy si hubiésemos vendido los
terrenos de nuestras pequeñas tiendas y hubiéramos construido una gran superficie
comercial para competir con las mejores del sector –repuso Nathan.
-Tal vez sea ese el significado de lo que Kof escribió en la pared –dijo Laura-. “Saborea
la aventura y muévete cuando se mueve el queso”.
-Yo creo que algunas cosas no deberían cambiar –terció Frank-. Por ejemplo, yo quiero
aferrarme a mis valores básicos. Sin embargo, ahora veo que habría sido mucho mejor
para mí si hubiera empezado mucho antes a moverme cuando lo hizo el “queso”.
-Michael, la historia del queso es muy interesante –comentó Richard, el escéptico de la
clase-, pero ¿cómo la aplicaste en el caso concreto de tu empresa?
El grupo todavía no lo sabía, pero Richard se estaba enfrentando a algunos cambios.
Hacía poco que se había separado de su mujer, y en esos momentos intentaba
equilibrar su carrera profesional con la crianza de sus hijos adolescentes.
-Verán, yo pensaba que mi misión era ir resolviendo los problemas cotidianos a medida
que surgían, cuando en ves de eso, tendría que haber mirado hacia el futuro al tiempo
que prestaba atención a la dirección que estabamos tomando –dijo Michael-. Y sí, claro
que me dediqué a solucionar problemas, las veinticuatro horas del día. La situación no
era en absoluto divertida. Vivía en un mundo de competencia inexorable y no podía
salirme de él.
“Sin embargo después de escuchar ¿Quién se ha llevado mi Queso? y ver cómo
cambia Kof, advertí que mi misión era dibujar una imagen del “nuevo queso”. Y
conseguir que esa imagen fuera tan clara y realista que tanto yo como las personas
c0n las que trabajaba pudiéramos disfrutar de l cambio y triunfar juntos.
-Es muy interesante –comentó Ángela-. Porque, para mí el punto culminante de la
historia es cuando Kof deja atrás sus miedos y se visualiza encontrando el “nuevo
queso”. Entonces, correr por el laberinto le da menos miedo y disfruta haciéndolo y
finalmente encuentra algo mejor.
Richard, que había permanecido con el cejo fruncido durante toda la conversación
comentó:
-Mi jefa no cesa de decirme que la empresa debe cambiar. Creo que lo que en
realidad me está diciendo es que Yo debo cambiar, pero yo me niego a hacerle caso.
Creo que nunca he sabido cuál es el “nuevo queso” hacia el que quiere que me
mueva. Ni tampoco en qué va a beneficiarme ese cambio.
“Tengo que admitir que me gusta la idea de visualizar un “nuevo queso” e imaginarse
a uno mismo disfrutando de él –dijo Richard con una leve sonrisa-. Eso lo ilumina todo.
Atenúa los miedos y hace que te sientas más interesado en contribuir a que se
produzca un cambio. Tal vez pueda utilizar esa historia en casa –añadió-. Al parecer,
mis hijos creen que en su vida no debe cambiar nada. Están enfadados. Supongo
que tienen miedo de lo que les depara el futuro. Tal vez no he hecho un dibujo
realista para ellos del “nuevo queso”. Probablemente porque ni yo mismo lo he
visto todavía.
El grupo permaneció unos instantes en silencio, y algunos de sus miembros pensaron
en su vida familiar.
-Bueno –intervino Elaine-, aquí casi todo el mundo habla del trabajo, pero a mi la
historia me ha hecho pensar en mi vida privada. Creo que mi relación actual es
“queso viejo”, y está realmente enmohecido.
-A mí me pasa lo mismo –dijo Cory riendo- Supongo que tengo que liberarme de
una relación negativa
-O quizás el “queso viejo” sean simplemente las actitudes vieja –replicó Ángela-. De
lo que verdaderamente tenemos que liberarnos es de la conducta que sigue
propiciando relaciones negativas. Y a partir de aquí, avanzar hacia una manera
mejor de pensar y actuar.
-¡Claro! –exclamó Cory-. ¡Tienes toda la razón! El nuevo queso es una relación
nueva con la misma persona.
-Empiezo a pensar que esta historia tiene muchas más lecturas que de las que
en un principio creía –dijo Richard-. Me gusta la idea de liberarse de una conducta
vieja en vez de hacerlo de la relación. Repetir la misma conducta dará siempre
los mismos resultados.
“En vez de cambiar de trabajo, tal vez yo podría ser una de las personas que ayuden
a la empresa a cambiar. Si lo hubiera hecho, a buen seguro que ahora tendría un
empleo mucho mejor.
Entonces Becky, que vivía en otra ciudad pero había vuelto a la suya para la reunión,
dijo:
-Mientras escuchaba el cuento y vuestros comentarios, he tenido que reírme de mí
misma. He sido como Kif durante mucho tiempo, siempre dudando y vacilando y con
miedo a cambiar. No me había dado cuenta de que a casi todos nos pasa lo mismo.
Me temo que he transmitido a mis hijos esa manera de actuar sin saberlo siquiera. Si
ahora pienso en ello veo que los cambios te llevan a un lugar nuevo y mejor, aunque
cuando se producen temes que no sea así.
“Recuerdo cuando nuestro hijo estaba estudiando el segundo curso en la universidad.
Debido al trabajo de mi marido, tuvimos que dejar Illinois y establecernos en Vermont.
Nuestro hijo estaba muy triste por tener que dejar a sus amigos. Además, era una
estrella de la natación y en Vermont no había equipo de ese deporte. Se enfadó con
nosotros y nos culpó del traslado.
“Pero, al final, se enamoró de las montañas de Vermont, aprendió a esquiar, esquió
con el equipo de la universidad y ahora vive feliz en Colorado. Si hubiéramos
escuchado todos juntos el cuento del queso, mi familia se habría ahorrado muchas
tensiones.
-Cuando llegue a casa –dijo Jessica-, se lo contaré a los míos y les preguntaré a mis
hijos si creen que soy Oli, Corri, Kif o Kof, y quién creen que son ellos. Podríamos
hablar de lo que pensamos que es queso viejo en nuestra familia y de cuál podría
ser el nuevo queso.
-Es una buena idea –intervino Richard.
-Me parece que voy a ser más como Kof: me moveré cuando se mueva el queso
y disfrutaré de él –comentó Frank-. Y voy a contarles esta historia a mis amigos,
que están preocupados porque tienen que dejar el Ejército y por lo que el cambio
supondrá para ello. Seguro que provoca interesantes discusiones.
-Sí, así fue tal como mejoramos la empresa –dijo Michael-, Nos reunimos varias
veces para discutir qué habíamos sacado en claro la historia del queso y para
decidir cómo podíamos aplicarla a nuestra situación concreta. Estuvo muy bien
porque pudimos utilizar un lenguaje que resultaba divertido para hablar del cambio.
En realidad, resultó muy efectivo. Sobre todo cuando lo divulgamos por toda la
empresa.
-¿Y eso? –quiso saber Nathan-
-Cuanto más nos bajábamos en la escala jerárquica de la organización,
encontrábamos a más personas que se sentían con menos poder. Era comprensible
que el cambio les diera mucho miedo, ya que consideraban que se les imponía
desde arriba. Por eso se resistían a él. Dicho en pocas palabras: cuando el cambio
.
-¿Por qué? –preguntó Carlos.
-Porque –prosiguió Michael- cuando nos dispusimos a cambiar, la empresa
había llegado a un punto tal que estuvimos a punto de prescindir de muchos
empleados, entre ellos algunos amigos. Fue muy duro para todos., Sin embargo
prácticamente todo el mundo, los que se quedaron y los que se marcharon, dijo
que el cuento del queso le había ayudado a ver las cosas de otro modo y a
adaptarse mejor a ellas. Los que tuvieron que buscar un nuevo empleo dijeron
que al principio les resultó muy duro, pero que recordar la historia les fue de gran
ayuda.
-¿Qué fue lo que más los ayudó? –preguntó Ángela.
-Una vez dejaron atrás el miedo –replicó Michael-, me dijeron que lo mejor fue
advertir que el mundo estaba lleno de nuevo queso esperando que alguien lo
encontrara. Que formarse una imagen mental del nuevo queso hacía que se
sintieran mejor; en las entrevistas de trabajo tenían más confianza en sí mismos,
y algunos encontraron un trabajo mejor.
-¿Y aquellos que se quedaron en tu empresa? –preguntó Laura.
-Pues en vez de quejarse de los cambios que estaban produciéndose –respondió
Michael-, decían “Nos han movido el queso. Vamos a buscar uno nuevo”. De ese
modo ahorramos mucho tiempo y redujimos las tensiones.
“Al poco, las personas que se habían resistido al cambio empezaron a verle las
ventajas e incluso colaboraron en la tarea de llevarlo a cabo.
-¿Por qué crees que ocurrió? –dijo Cory.
-Creo que en gran parte se debió a la presión que pueden ejercer los compañeros
en una empresa.
-¿Qué ocurre en casi todas las empresas cuando es la dirección la que anuncia un
cambio? ¿Qué opina la gente del cambio? ¿Qué es una buena idea o una mala idea?
-Una mala idea –respondió Frank.
-Sí –convino Michael-. ¿Por qué?
-Porque la gente quiere que las cosas sean siempre iguales y cree que el cambio
le perjudicará –dijo Carlos-. Cuando una persona lista dice que cambiar es mala
idea, los demás dicen lo mismo.
-Sí, tal vez no piensen lo mismo –añadió Michael-, pero se muestran de acuerdo
para parecer listas. Ese es el tipo de presión que se da entre compañeros y que
combate los cambios en cualquier empresa.
-En las familias puede ocurrir lo mismo entre padres e hijos –intervino Becky. Y
luego preguntó-: ¿Fuéron muy distintas las cosas cuando la gente leyó el cuento
del queso?
-Cambiaron de inmediato. Porque nadie quería parecerse a Kif –contestó Michael
simplemente.
Todos rieron, incluido Nathan, que dijo:
-Ese es un punto interesante. En mi familia nadie querrá parecerse a Kif. Es posible
incluso que cambien. ¿Por qué no nos contaste esta historia en la reunión anterior?
Estoy convencido de que puede funcionar.
-Cuando vimos lo bien que nos había funcionado a nosotros –dijo Michael-. Les
pasamos la historia a algunas personas con las que queríamos hacer negocios
porque sabíamos que en sus empresas también estaban produciéndose cambios.
Les sugerimos que nosotros podíamos ser su “nuevo queso”, es decir, unos socios
mejores con los que podríamos triunfar juntos.
Eso le dio algunas ideas a Jessica y le recordó que tenía que hacer unas llamadas
para unas ventas a primera hora de la mañana. Consultó el reloj y dijo:
-Bueno, es el momento de que me vaya de esta Central Quesera en busca de un
nuevo queso.
Todos se echaron a reír y se despidieron. Muchos querían seguir conversando, pero
tenían que marcharse. Al hacerlo, volvieron a agradecerle a Michael que les hubiera
contado el cuento.
-Me alegro mucho de que lo hayan encontrado tan útil –les dijo él- y espero que
pronto tengan la oportunidad de compartirlo con otros.
Por: Spencer Johnson
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